
Escribe César Sánchez Martínez / LIMA
El liderazgo construye y se construye. En el primer caso, es positivo. Nunca negativo. En el segundo caso, se va construyendo y es parte del aprendizaje social. Al principio no hay nada. Es un proceso que demanda tiempo, aprendizaje, entrenamiento y en algunos casos, hasta sacrificio. ¿Por qué el liderazgo construye? Simplemente, porque edifica. La palabra “edificación” denota en sí: etapas, procesos, avances, etc. La construcción es una característica del liderazgo, que es más integrador. Hemos visto en anteriores ediciones que el liderazgo proyecta confianza, es tener una visión, es influencia, implica servicio, promueve la ética, lidera con el ejemplo, genera vitalidad, toma la iniciativa, es básicamente integrador y es emprendedor. Ahora veremos que también construye.
Se construye algo que al principio no existe. Es decir, mediante un proceso inductivo se va aprendiendo en el camino. Como todo proceso demanda tiempo. Todas las personas pueden ser líderes si se lo proponen, al margen de los caracteres o habilidades que se tenga.
Para algunos el aprendizaje será más fácil porque poseen algunas cualidades que desde niño lo aprendieron en el hogar. Otros no y, por lo tanto, demorarán.

También dependerá de la formación educativa y no académica. La educación real se recibe en el hogar. La institución llamada “escuela” y que patrocina la “educación” sólo nos instruye y nos enseña materias, especialidades o habilidades. Por ejemplo. La escuela enseña cursos de matemáticas, comunicación, lenguaje o idiomas. También puede enseñar habilidades de cómo practicar mejor el fútbol o natación. Lo mismo ocurre con la música o el aprendizaje para tocar un instrumento musical, hacer teatro, aprender danzas folclóricas, cuidar mascotas, sembrar un árbol, saber un segundo idioma o valorar mejor los deberes cívicos o ciudadanos como el derecho, civismo, ciudadanía, etc.
La escuela no enseña a los niños a no mentir o a no ser corrupto, porque muchos de sus maestros practican esas cosas. Tampoco enseña a practicar una buena ética, respetar al prójimo, amar a los padres, decir siempre la verdad, hablar con honestidad, ser honrado, tener control personal, ser solidario, practicar el trabajo en equipo, tener visión de futuro, etc. Esto no es religión, sino buenas prácticas y costumbres. Y, muchas de esas cosas, se aprenden en el camino.
Entonces, quienes están mejor equipados para asumir un liderazgo lo aprenderán más rápido. Los otros demorarán en sus procesos porque tienen que “desaprender” todo lo aprendido en la vida. Por eso podemos notar a seudos“líderes” que son soberbios, egoístas, malintencionados, borrachos, ladrones, deshonestos, etc. Se necesita volver a aprender, mejor dicho, a rea reaprender, o simplemente aprehender, en el sentido de adquirir conocimiento.
La historia política del mundo, especialmente de América Latina está llena de, dizque, “líderes” que lo único que han hecho y seguirán haciendo es beneficiarse ellos mismos. Recuerden, el líder construye, no destruye. Un sinvergüenza sí destruye porque está envanecido en su avaricia y egoísmo. Si una persona desea el liderazgo, entonces buena cosa desea, pero debe hacerlo desde la perspectiva de lo correcto. Obviamente, lo correcto siempre será lo bueno. Quien construye avanza, crece y se desarrolla.

Todo en la vida se puede aprender, pero si a ese aprendizaje, le sumamos algunos conocimientos y lo combinamos con una poco de experiencia, la fusión será algo muy buena.
Cuando hablamos de liderazgo, debemos reflexionar en términos sociológicos, antropológicos, psicológicos y filosóficos. ¿Por qué elijo estas disciplinas? Porque están vinculados con el desarrollo de las personas en particular y la sociedad en general. Por supuesto que las personas no piensan en estas disciplinas, pero en la práctica sí lo hacen, aunque no sepan ni se den cuenta que lo realizan.
Generalmente las personas eligen entre lo bueno y lo malo. Creo firmemente que todos, sin excepción, hemos llegado a este nivel: Elegir entre lo bueno y lo malo, y casi el 100% elige lo bueno. Eso se da por descontado, aunque en la práctica hacemos todo lo contrario, pero de labios decimos que hemos elegido lo bueno.
Pues bien, ahí estamos todos. Con el transcurrir del tiempo, ya estamos en el terreno de lo bueno y se nos presenta una disyuntiva: Elegir entre lo bueno y lo mejor. Dependiendo de varios factores elegiremos el camino a seguir. Se supone que lo mejor, es y será algo superior a lo bueno. Quienes eligen lo mejor tiene la decisión de ser mejores en los diversos ámbitos de la vida. Precisamente porque están en ese nivel es que se deben diferenciar del resto. Algunos ya se van diferenciándose de otros y eso nada tiene que ver con la posición, dinero o estatus social.
Con el tiempo, lo mejor va encaminando a las personas hasta llegar a otra disyuntiva: Ahora elegir entre lo mejor y la excelencia. Aquí el reto es mayor. Ya ser mejores supone una gran responsabilidad y disciplina. Elegir la excelencia es dar un paso adelante y diferenciarse del resto. Esa “posición” es muy notoria y no permite una doble moral. La persona es siempre igual en su vida privada como pública.
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CESAR SANCHEZ MARTÍNEZ (Lima 1957). El autor es escritor y periodista colegiado, especializado en Economía. Se formó en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y Universidad ESAN. Ha realizado estudios de especialización en Buenos Aires y Montevideo. Tiene escrito más mil artículos en diversas publicaciones de América Latina, Estados Unidos y España. Como coach-mentor es conferencista en temas de Liderazgo Emprendedor y es director del diario CERTEZA (www.diariocerteza.com) y del blog del mismo nombre que tiene más de 540,000 visitas. También dirige el blog periodístico evangélico SCRITURA que registra más de 13,590 visitas.